Sunday, January 15, 2012

Caceres, 15 de enero de 1881.- Escribe Delfina Paredes



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Date: 2012/1/15
Subject: Chimu - Caceres, 15 de enero de 1881.- Escribe Delfina Paredes
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Coronel Andrés Avelino Cáceres e Iglesia de San Pedro (Fotos: Courret Hermanos)

El dia 13 de enero a las 10 de la mañana, en el atrio de la Iglesia de San Pedro en el Jirón Azángaro, en Lima, la Orden de la Legión del Mariscal Cáceres rindió homenaje al Mariscal Andrés Avelino Cáceres y a los caídos en las batallas de San Juan y Miraflores el 13 y 15 de enero de 1881. En esos dolorosos episodios, el ejército y pueblo peruanos ofrecieron heroica resistencia para evitar la caída de la capital del Perú.

La Orden de la Legión del Mariscal Cáceres ha elegido, para tal Acto, ese espacio histórico que nos recuerda un suceso poco divulgado.

El 15 de enero, el coronel Andrés Avelino Cáceres con un reducido número de combatientes, permaneció en la Quebrada de Armendáriz hasta el anochecer y herido, sin municiones, se vio obligado a abandonar el campo de batalla de donde fue conducido a la ambulancia que para atender heridos habían instalado los sacerdotes jesuitas en el convento de San Pedro.

El día 17 llegaron hasta ese lugar soldados invasores preguntando por él. Temiendo que lo tomaran prisionero, tanto los médicos como enfermeros lo negaron. Ante la exigencia de ingresar para cerciorarse, el padre superior de los jesuitas lo escondió en su celda.

 Existe una placa que recuerda ese acontecimiento providencial, merced al que se pudo preservar la vida de quien, desde La Breña, sostendría una campaña heroica de resistencia manteniendo en alto la dignidad de la Patria.

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La Orden de la Legión del Mariscal Cáceres ha convocado hoy a esta sencilla ceremonia para conmemorar uno de los acontecimientos más conmovedores ocurridos en defensa de Lima, capital del Perú, los días 13 y 15 de enero de 1881. Constituye pues un acto de admiración al coronel Andrés Avelino Cáceres y de reconocimiento a los sacerdotes jesuitas, protagonistas del hecho.

La noche del 15 de enero de 1881 el terror se había apoderado de la ciudad. No había hogar, establecimiento comercial, institución pública, albergue, convento o templo religioso que ofreciera garantía contra el despojo, el allanamiento, el abuso y la muerte que a su paso dejaba la horda invasora. ¿Era exagerado ese temor? ¿Qué había sucedido para que los habitantes de la tres veces coronada ciudad sucumbieran al espanto?

Una larga cadena de hechos luctuosos, de heroísmos quiméricos, de entregas incondicionales al servicio de la Patria, pero también de mezquina vanidad y hasta de traiciones se habían sucedido desde el 5 de abril de 1879. Pero el repase de los heridos, la invasión de los pueblos, ciudades y villorrios en Tarapacá, Tacna y Arica, estaban a miles de kilómetros de la capital.

Hasta que al amanecer del 13 de enero de 1881 la invasión se hizo presente.

Esa misma noche, un gigantesco incendio se reflejaba en las aguas del Mar de Grau. Y podía ser observado desde distintos lugares de Lima. Producto del saqueo, embriaguez y vandalismo de las tropas invasoras, Chorrillos era presa de la más abominable conducta.

El holocausto había empezado a escasas cuatro horas de iniciada la batalla.

La defensa había sido dirigida por el Dictador Piérola que, contra el criterio de los jefes militares, dispuso una larga línea de catorce kilómetros cubierta por menos de dieciséis mil hombres que dejaba enormes espacios libres.

El Morro Solar –que sí había sido convenientemente equipado– estaba a cargo del General Miguel Iglesias Ministro de Guerra, que comandaba el Primer Cuerpo del Ejército. Luego de un largo trecho sin defensa, estaba el Cuarto Cuerpo del Ejército a cargo del Coronel Andrés Avelino Cáceres. Es por este espacio que ingresa el invasor y empieza a atacar por la retaguardia, sorprendiendo de tal manera que el Coronel Ayarza, también del Cuarto Cuerpo, cree que es Suárez, jefe de la retaguardia quien alevosamente está atacando. Cáceres lo saca de su error. Se entabla una violenta refriega contra el frente y la retaguardia, hasta que la inferioridad en número y armamento le hacen ceder alguna posición. Requiere entonces la intervención de Suárez y su Reserva General, pero éste responde que por órdenes del Dictador no puede hacerlo y que más bien de inmediato debe dirigirse a Chorrillos, como en efecto lo hace.

Cáceres desbordado por el número y armamento del invasor, con su línea totalmente destrozada, y sólo con el apoyo de sus ayudantes recluta doscientos soldados con los que se dirige al Morro, donde se observa aún enfrentamientos. En el camino se encuentra con Suárez, quien le informa que el Morro ya ha sido tomado alrededor de las diez de la mañana cuando Iglesias es apresado. Los enfrentamientos que se observan son de los invasores entre sí por obtener prendas de valor, ropa y hasta botas de los muertos y heridos.

Cáceres no ceja en su empeño y hacia el Morro va, enfrentándose con algunos grupos de la horda devastadora. Providencialmente, llega el Capitán de Fragata Leandro Mariátegui aportando un cañón, y esto da nuevo impulso a su ataque pero el número de invasores se acrecienta minuto a minuto lo que hace inútil prolongar la lucha. En sus Memorias, Cáceres expresa:

"Sin esperanzas de recibir ningún refuerzo y con soldados que comenzaban ya a flaquear, resolví interrumpir el combate. Anochecía el 13 de enero y dí por terminada mi tarea de recoger dispersos en los campos cercanos a Miraflores. Nuestro empeño no fue infructuoso, pues logramos reunir más de dos mil quinientos hombres de los derrotados en San Juan. Las fatigas y emociones del día me hicieron sentir la necesidad de descansar. Desmonté, tendí mi capote en el suelo y me acosté un momento."

El descanso es breve. Chorrillos es un infierno. La desorganización y embriaguez del ejército invasor despiertan en Cáceres la necesidad de dirigirse allí, con los soldados que ha reunido. El general Silva se entusiasma con la arriesgada tarea que propone Cáceres, la comunica al Dictador y Jefe Supremo Piérola, que la desestima juzgándola irrealizable.

Llega el 15 de enero y la experiencia de los dos días anteriores hacen presagiar lo peor.

Cientos de ciudadanos en Barranco y Miraflores abandonan sus casas para salvar la vida de mujeres, ancianos y niños. Los mayores y aún adolescentes se han enrolado en el esfuerzo final para impedir la afrenta innombrable, la destrucción de la ciudad.

Muchas provincias han acudido a la convocatoria, y miles de indígenas llegados de las serranías empuñarán un arma de fuego por primera vez, o se enfrentarán con una huaraca, una macana o una simple bayoneta.

El 14 de enero y gracias a la intervención decidida del cuerpo diplomático acreditado en Lima, se pacta la suspensión de hostilidades hasta las doce de la noche del 15 de enero.   

Sorpresivamente, a las dos de la tarde del día 15 de enero los invasores inician el ataque.

Nuestro diezmado ejército y el pueblo salen a ubicarse en los emplazamientos que apresuradamente se les había señalado.

Mil páginas de heroísmo se escribieron en los reductos donde artesanos, obreros, mercaderes, médicos, abogados, negociantes, hacendados acudieron para combatir.

Estudiantes y egresados sanmarquinos, conformaron el Batallón Carolino.

Pero la lucha se acentuó en el lado derecho de la defensa, donde Cáceres había acomodado desde el 14, las tropas del Primer Cuerpo del ejército. Con él hizo retroceder dos veces al enemigo, sus jefes no dejaron de batallar sino cuando cayeron muertos como los heroicos marinos Juan Fanning y Carlos Arrieta. El refuerzo de los invasores no se hizo esperar. Una y otra vez los batallones Jauja y Concepción, también rechazaron el ataque que ya se había prolongado hasta la Quebrada de Armendáriz. Lo que se necesitaba para hacer retroceder definitivamente al invasor era un refuerzo, pues ya las balas estaban quedando agotadas y los heroicos defensores ofrendaban en grupo sus vidas.

¡Cómo olvidar entonces nombres de los jóvenes sanmarquinos José Torres Paz, Eduardo Lecca y Augusto Bedoya que habían acompañado al héroe desde las batallas de San Francisco, Tarapacá y Tacna! Cáceres recibe un balazo en la pierna y Torres Paz cae muerto.

Como anota Congrains: "Refuerzos, a ello se limitaba la diferencia entre la vida y la muerte, entre la victoria y la derrota".

Una vez más los refuerzos nunca llegaron. Obedeciendo los comandantes las órdenes del Dictador algunos batallones no soltaron ni un disparo. La noche descendía. En el campo de batalla sólo el postrer gemido de los moribundos se escuchaba. El espectáculo era desolador. Volvemos al relato de Cáceres:

"Quebrantada la resistencia y abrumados por el fuego enemigo ya no fue posible contener la dispersión de mis diezmadas tropas. Solo, con la pierna atravesada por el balazo recibido y mi caballo también herido, hube de abandonar el campo."

Seguramente, el dolor de la herida le es más llevadero que la frustración de ver aniquilados todos sus esfuerzos, la impotencia infinita de sentir a la Patria destrozada. Organiza en un esfuerzo supremo la protección de los heridos y muertos, pues todo el campo estaba cubierto de cadáveres que los invasores iban pisoteando. Los temibles corvos invasores iban aniquilando a los caídos. Cáceres avanza dificultosamente entre las sombras, El comandante Zamudio lo reconoce y consigue vendarle la pierna con un pañuelo y alcanzarle un poco de agua en su quepí. Pero Cáceres no admite la derrota definitiva y cuando llega al Parque de La Exposición y un grupo de soldados se agrupan a su alrededor pidiéndole a gritos ponerse a la cabeza para seguir la lucha, su decisión está tomada, para ello necesita preservar su vida, y el invasor no tardará en buscarlo para hacerlo prisionero. Con ayuda del capitán Barreda se dirige a la ambulancia de San Carlos que está más próxima. La cantidad de heridos es enorme, los médicos apenas se dan abasto.

En su casa de San Ildefonso, Antonia Moreno, su esposa, ha transitado en vilo en estos días. Protege la vida de sus hijas y a medida que pasan las horas crece su agonía temiendo por la vida de Cáceres. Recurre al estimado capitán José Miguel Pérez que comienza a buscarlo por todas las ambulancias. Lo ubica, advierte que las condiciones son precarísimas y tomando todas las precauciones, lo conduce a la enfermería de San Pedro, donde el doctor Belisario Sosa se encarga de su curación. Allí estaban también siendo atendidos sus ayudantes Bedoya y Joaquín Castellanos.

Cuando el 17 ingresan los invasores a Lima empiezan a buscar a Cáceres por todas las ambulancias y puestos de socorro. Llegan a San Pedro. Éste es el relato que él nos deja en el libro de sus Memorias:

"En San Pedro, el personal de servicio negó mi estancia allí, temiendo me tomaran prisionero. Al día siguiente volvieron dos altos jefes diciendo que me querían saludar en nombre del general Baquedano quien me ofrecía toda clase de garantías. El jefe y personal de la ambulancia agradecieron cortésmente el saludo y los invitaron a pasar donde se atendían los heridos, haciéndoles ver que yo no me encontraba en ese lugar. Los jefes chilenos satisfechos con las atenciones recibidas se retiraron. Pero entre tanto se me había ocultado en la celda del Padre Superior; a su bondad y celo debí el no haber sido prisionero del enemigo".

Así que San Pedro, este espacio que con cariño y gratitud destacamos hoy, no sólo sirvió para cautelar la vida del héroe, sino que contribuyó a que entre sus claustros se fuera gestando en la mente de nuestro héroe la Campaña de Resistencia en La Breña, inmensa tarea a la que convocó a miles de campesinos, soldados, oficiales y jefes que siguiendo su ejemplo, y el de doña Antonia Moreno, orgullo de mujer, lucharon y ofrendaron sus vidas por la dignidad de la Patria.
  
Lima, 15 de enero de 2012 

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Prensa mermelera silenciada respecto a aniversario de Batalla de San Juan



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Date: 2012/1/13
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RPP no recordó el sacrificio peruano en la Batalla de San Juan.

Tampoco lo hizo La República.

Menos El Comercio, que estuvo bien calladito.

Hoy, 13 de junio del año 2012, se celebra el 131 Aniversario de la Batalla de San Juan, en la que miles de peruanos ofrendaron sus vidas defendiendo a Lima frente al faltamiento del invasor chileno. 

Como era de esperarse, la prensa peruana de circulación nacional no se dignó recordar el hecho.

La primera razón de esta conducta es, probablemente, ignorancia de los escribas, puesto que un creciente número de reporteros, jefes de redacción y editores nunca estudió ni leyó material alguno sobre ese enfrentamiento. Y si lo hizo lo olvidó por completo.

La segunda razón es más profunda. Parte del supuesto que la prensa en el capitalismo funciona al servicio del capital. Las empresas chilenas que hoy en día operan en el Perú mermelean a periódicos y radios con avisaje y publicidad. En cambio, los muertos en San Juan, en el Morro Solar y en el Holocausto de Chorrillos en 1881 son sólo eso muertos y nada más. No pueden mermelear para que los recuerden (ni deberían tener que hacerlo).

Hay que reconocer que la prensa peruana cumple con la purulenta advertencia de García Pérez cuando proclamó: "¡Cuidado, no se vayan a molestar los chilenos!" ¿Se acuerdan ustedes de las crematísticas palabras del Hombre de Litio?

Para no molestar a sus "patrocinadores publicitarios" chilenos para seguir recibiendo su mermelada la prensa peruana "de circulación nacional" hoy se quedó bien calladita respecto a los Héroes y Mártires de San Juan. Total, ¿a quién le interesa lo que pasó en 1881? Ni al supuestamente autóctono Ollanta Humala, que cada día confirma más con su comportamiento político que es la personificación de Felipillo II. (Al igual que la prensa, tampoco Humala recordó a los heroicos defensores de Lima.)

Pero volvamos al caso de periódicos, radios y estaciones de televisión. La vergüenza de tener una prensa mermelera ya había sido notada por el tradicionista Ricardo Palma cuando escribió en una carta a Juan Federico Elmore, el 10 de enero de 1889:

"Recibí los recortes de periódicos que se dignó remitirme. Después de leerlos, y aplaudir cordialmente el bello discurso de usted los he pasado al Comercio y al Nacional. No sé si estos diarios, que son ante todomercantiles o mercachifles, se tomarán el trabajo de reproducir algo. La prensa se malea cada día más en el Perú. Cada día pierdo más la esperanza de ver a nuestro país en vía de salvación".

Por supuesto, un literato tan fino en el uso del lenguaje como Ricardo Palma no podía usar la expresión en jergaprensa mermelera; escribió, más bien, prensa mercantil, prensa mercachifle. En el fondo estamos hablando de lo mismo: de una prensa que se alquila en cómodos pagos mensuales.

Si a estas alturas de nuestra disquisición diéramos el uso de la palabra a Carlos Marx, el barbado nos reprocharía duramente: "Te lo dije, Cesarín, te lo dije. En el capitalismo la prensa no puede ser objetiva ni imparcial; por el contrario tiene que propalar un mensaje funcional al sistema, conveniente a las empresas capitalistas que son las que financian su funcionamiento. La prensa forma parte del aparato de dominación y su rol es transmitir los mensajes de los sectores capitalistas dominantes, entre los que se encuentran tus bien amados empresarios chilenos. En el Perú llaman a eso corrupción; tú también, Cesáreo, te quedas en la apariencia y tratas sobre la proliferación de la "corrupción", discutes por ello acerca de la prensa mermelera. Hace más de ciento veinte años, Palma usaba los conceptos de prensa mercantil o mercachifle. Don Ricardo era alérgico a mis enseñanzas y tú parece que olvidaste lo que aprendiste cuando estudiabas en la Universidad; por ello ni el tradicionista ni tú perciben que esa conducta corrupta es la manera normal, natural, en que debe proceder la prensa dentro del capitalismo. Es la manera normal y natural en que debe funcionar el sistema mismo".

Luego del porrazo que me aplicó el genio visitante de Carlitos Marx, sólo queda sacar en limpio la conclusión. En el Perú campea el capital chileno; por tanto en las radios y periódicos del sistema se tienen que lanzar (o callar) noticias y mensajes de acuerdo con lo que convenga al capital de los invasores del sur. Recordar los crímenes de guerra cometidos por los chilenos en Chorrillos no conviene a los intereses mercantiles de los descendientes de los chilenos de 1879. Los clientes peruanos podrían reaccionar y dejar de comprar por uno o dos días, en Ripley, por ejemplo. Y eso no es bueno para el business. Podría afectar el crecimiento económico y desalentar las inversiones. Por ello, la prensa debe mantener silencio sobre San Juan y silencio sobre Chorrillos. ¿Entendió la orden El Comercio? ¿Captó la directiva La República? ¿ Y usted, RPP, are you in the same page?

Obra citada

Palma, Ricardo. 1979. Cartas a Piérola sobre la ocupación chilena de Lima. Introducción y Notas de Rubén Vargas Ugarte, S. J. Lima: Editorial Milla Batres, página 99.

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Martires Peruanos de la Batalla de Miraflores - 15 de enero de 1881



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Segunda línea de defensa de Lima, ubicada en Miraflores. Escenas de la lucha en el Reducto No. 2 (Acuarela de Rudolph de Lisle)

Los Mártires de San Juan y Miraflores
Escribe Jorge Basadre

El número de los muertos entre los jefes peruanos llegó a ser extraordinario. En San Juan perecieron siete coroneles, entre ellos dos comandantes generales, tres jefes de batallón y un edecán del Dictador; siete teniente-coroneles; un número elevado a más del doble de sargentos mayores y, cuando menos, una cuarta parte de los oficiales subalternos.

En Miraflores la proporción de bajas fue mayor: diez coroneles entre ellos cuatro primeros jefes de batallón y un número igual de tenientes coroneles. Los tres generales que ejercían mando resultaron heridos. No expresa satisfacción el general Pedro Silva, jefe del Estado Mayor peruano, en su parte oficial, acerca de la conducta de la tropa en San Juan, salvo las que mandaron Iglesias y Recavarren. Ricardo Palma en una carta a Piérola afirma que en San Juan, batallones enteros arrojaron sus armas sin quemar una cápsula y fugaron y lo atribuye a que eran indios (8 de febrero de 1881).

En cambio, en Miraflores, la Reserva, formada por los vecinos de la capital, se batió heroicamente, singularizándose el batallón Nº 6, cuyos jefes primero y segundo Narciso de la Colina y el lambayecano Natalio Sánchez murieron; el Guarnición de Marina casi exterminado como se ha visto, con su jefe Juan Fanning; el Guardia Chalaca con su jefe el capitán de Fragata Carlos Arrieta también victimado.

Entre los muertos caídos en las dos batallas libradas a las puertas de Lima contáronse, además, Reynaldo de Vivanco y Juan Castilla, los dos hijos de los grandes caudillos. También los comandantes generales de sendas divisiones el puneño Buenaventura Aguirre y el ayacuchano Domingo Ayarza, este último de tan meritoria actuación pocos años antes en Chanchamayo; y José González, subjefe de la primera división de reserva, conocido por su porfiada defensa del Palacio de Pezet en 1865. Asimismo, cabe mencionar en la lista de las víctimas de estas infaustas jornadas a otros jefes militares como Pablo Arguedas, el autor del motín contra la Convención Nacional de 1857, Joaquín Bernal, Juan M. Montero Rosas, edecán de Piérola, José E. Chariarse, Julián Arias y Aragüez, hermano del héroe de Arica, José Díaz, Máximo Isaac Abril, antiguo prefecto que servía como edecán del Senado y combatió aunque estaba enfermo con pulmonía.

Entre los civiles uniformados estuvieron Narciso de la Colina, abogado, ex diplomático y constructor de ferrocarriles en Tarapacá; Manuel Pino, vocal jubilado de las Cortes Superiores de Puno y Lima y ex Rector de la Universidad de Puno, prefecto y diputado; los jueces de letras de Tumbes e Iquique, José Manuel Irribaren y José Félix Olcay; el secretario de la Junta Central de Ingenieros, Francisco Ugarriza; el contador del Tribunal Mayor de Cuentas, Natalio Sánchez, ya mencionado; el oficial mayor de la Cámara de Diputados José María Hernando, de Huanta, sobrino del general Iguaín, llamado por José María Químper el "puritano liberal"; Francisco Javier Fernández, también empleado de aquella Cámara que dejó diez hijos huérfanos; los dos hermanos Adolfo y Luis de La Jara, uno empleado de la Aduana y el otro empleado de banco, los dos hermanos de los Heros, Ramón y Ambrosio, el primero oficial mayor del Ministerio de Gobierno; Francisco Seguín, de sesenta años jefe de sección en la misma oficina; José María Seguín de 18 años; Manuel María Seguín, su hermano paterno; Samuel Márquez, ex cónsul en Chile y hermano de José Arnaldo; Francisco Javier Retes, dueño de una cuantiosa fortuna, voluntario del Huáscar, prisionero en Angamos y combatiente en San Juan; Pablo Bermúdez; Ramón Dañino; comerciantes como Mariano Pastor Sevilla; Manuel Roncavero, Enrique Barrón, Bartolomé Trujillo, Emilio Cavenecia, José G. Rodríguez, Ismael Escobar; profesor del Colegio de Guadalupe; la Universidad y la Escuela de Ingenieros; Saturnino del Castillo que enseñaba en varios planteles de Lima, era autor de difundidas obras didácticas y rindió su existencia vivando al Perú; periodista como Mariano Arredondo Lugo, cronista de La Opinión Nacional y Carlos Amézaga, cronista de La Patria; J. Enrique del Campo; presidente de la Sociedad de Artesanos; el tipógrafo Manuel Díaz, el obrero Juan Olmos; el empleado del ferrocarril trasandino Fernando Terán; el mecánico César Lund.

De la generación más nueva sucumbieron, entre otros muchos, Enrique y Augusto Bolognesi, hijos del héroe de Arica; José Andrés Torres Paz, el joven chiclayano legendario en el Perú que había paseado el estandarte carolino entre el humo y el estruendo de San Francisco y de Tarapacá, de Tacna y de San Juan; Enrique Lembcke que dejó a su tierna novia destinada a seguirlo loca a la tumba; el adolescente Carlos Fernán González Larrañaga; Felipe Valle Riestra y Latorre, articulista inteligente de La Opinión Nacional que a los veintidós años llevó la espada enarbolada por su tío político Guisse y probó ser digno de ella; Hernando de Lavalle y Pardo, veintidós años, hijo del diplomático cuya gestión intentó detener la guerra y más tarde celebró la paz; Toribio Seminario, de diecisiete años, muerto con su hermano Alberto de dieciocho, abrazados a la bandera; Juan Alfaro y Arias, alumno de Letras y de Ciencias Políticas y contador del Huáscar el 8 de octubre de 1879; Genaro Numa Llana y Marchena, combatiente en las dos batallas; niños como Alejandro Tirado, Grimaldo Amézaga, que sólo contaba quince años y era hermano de Carlos Germán, presente en Miraflores; Biviano Paredes; huaracino de dieciséis años, Emilio Sandoval, de catorce años y Manuel Bonilla de trece. Otro de los muertos en San Juan fue, a los veintidós años, con el grado de sargento mayor Enrique Delhorme que, siendo niño, se distinguió en el combate del 2 de mayo de 1866 en el Callao, por lo cual el Congreso, mediante la resolución de 18 de noviembre de 1868, le concedió una beca en uno de los colegios del Estado y una pensión mensual.

Símbolo del heroísmo de los cabitos, alumnos de la Escuela de Clases, fue Braulio Badani Suárez, muerto en Miraflores, herido en San Juan después de haber hecho las campañas del sur.

Al año y once meses de haber sido herido en la batalla de Miraflores falleció el general Ramón Vargas Machuca que había combatido como soldado en esa acción.

Uno de los dramas de las viudas después de San Juan fue el de Domitila Olavegoya de Vivanco, casada con Reynaldo de Vivanco, famosa por su belleza, por su fortuna y por su alcurnia. Domitila Olavegoya encargó que buscaran el cadáver de su esposo, hijo único del general Manuel Ignacio de Vivanco. Fue hallado en la misma fecha del fallecimiento de su madre, Manuela Iriarte de Olavegoya, muchos días después de la batalla.

Obra citada

Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la República del Perú. 6ta. Ed., Tomo VIII, Lima: Editorial Universitaria, páginas 311-314.

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